(Madrid) Con su trabajo fijo en la construcción, Hugo Ramírez nunca pensó que algún día tendría que pedir ayuda alimentaria. Pero la inflación récord impulsó a este madrileño a dar el salto: de lo contrario, sería imposible “llegar a fin de mes”.
Publicado el 22 de noviembre de 2022
«Vemos subir los precios cada semana, incluso en productos básicos… No podemos más», susurra este padre de familia de 44 años frente a los palets de frutas y verduras colocados a los pies de un gran edificio de ladrillo en el sur de Madrid.
Todos los sábados, este constructor de Venezuela viene a recoger alimentos de una asociación creada en el popular barrio de Aluche durante la pandemia para ayudar a los vecinos en dificultades.
«Yo gano 1200 euros al mes y mi mujer 600 euros» por un puesto de ayuda a domicilio a tiempo parcial. “Pero tenemos tres hijos” y “una vez pagados los 800 euros de alquiler y los 300 euros de varios gastos, no nos queda mucho”, detalla Hugo Ramírez.
Como él, son miles los que hacen cola cada fin de semana en varios puntos de la capital española para conseguir comida. Un fenómeno conocido como «colas de hambre», alimentado en los últimos meses por la inflación galopante.
Salarios insuficientes
“Cada semana vemos llegar nuevas familias necesitadas, sobre todo desde la guerra en Ucrania”, lo que ha agravado la subida de precios, explica a la AFP Raúl Calzado, voluntario de la Red de Ayuda Mutua de Aluche (Rama).
La asociación, que distribuye siete toneladas de alimentos a la semana, en particular gracias al apoyo del Banco de Alimentos, ahora ayuda a 350 hogares. Pero al ritmo que van las cosas, “tendremos 400 para fin de año”, pronostica el Sr. Calzado.
Detrás de él, una docena de voluntarios están ocupados en una habitación llena de cajas de pasta, comida enlatada y pañales para bebés. Afuera, otros cuidan de las familias alineadas a lo largo del edificio, entre las que se encuentran muchos inmigrantes.
“Algunos beneficiarios no tienen ingresos. Pero también tenemos cada vez más jubilados con pensiones pequeñas o gente que trabaja pero cuyo salario es insuficiente” ante la “inflación galopante”, especifica Elena Bermejo, vicepresidenta de la asociación.
Según el Instituto Nacional de Estadística, los precios de los alimentos subieron un 15,4% interanual en octubre, el peor dato en casi 30 años. Incluso la del azúcar saltó un 42,8% y la de las verduras un 25,7%.
Ante esta dinámica, el Gobierno de izquierdas español ha multiplicado en los últimos meses las medidas de apoyo al poder adquisitivo. Pero son considerados insuficientes por las asociaciones.
“Para algunas familias, incluso comprar un litro de aceite de oliva o un kilo de lentejas se ha vuelto difícil”, insiste Elena Bermejo.
Menos donaciones
Para las asociaciones, la situación también es complicada. “Con la inflación estamos viendo una caída de las donaciones”, la gente que tiene “menos dinero”, subraya Luis Miguel Rupérez, portavoz de la Federación Española de Bancos de Alimentos.
Un motivo de preocupación para la organización, que ayuda a más de 186.000 personas en la Comunidad de Madrid y 1,35 millones en total en España, casi el equivalente a una ciudad como Barcelona.
“El problema es que con el aumento de los precios, podemos comprar menos alimentos”, dice Rupérez. Desde enero, la Federación ha recogido así 125.000 toneladas de alimentos frente a las 131.000 toneladas del mismo período del año pasado.
Según un estudio publicado a principios de año por la Universidad de Barcelona, uno de cada siete hogares españoles se enfrenta a una “inseguridad alimentaria”, por falta de acceso a productos saludables y nutritivos. Una situación que pocos ven mejorar a corto plazo en un país que enfrenta una inseguridad crónica.
El empobrecimiento «tiende a empeorar», asegura Raúl Calzado, quien dice ver a las madres «detenerse a comprar productos de higiene femenina para poder alimentar a sus hijos».
“Espero que mejore” pero “me temo que no es así”, asiente, bolsa de comida en mano, Hugo Ramírez. Trazando un relativo paralelismo con su Venezuela natal, que lleva diez años azotada por una inflación desenfrenada: “todo es caro, caro, caro…”